© Por GG

Y vio Dios que, en gran manera, todo era bueno. La duda, sin embargo, pensó lo contrario. ¿Qué duda merece el milagro?, ¿Qué pisada sobre la tierra cree merecer el don?

Yo conocí a un hombre que bajó al cuarto oscuro, donde la ignorancia acapara los sentidos y el aroma a novedad hace creer que el color es un mar de tinieblas, concediéndole una victoria dulce a los derrotados. Sus bolsillos rotos, por los que se colaba el tiempo ––su tiempo––, dejaron de existir allí, así como también, el aroma de la lluvia, el calor y el frío. Tal desvanecimiento le hizo padecer su propia verdad.

––Señor, tú lo conoces todo, más yo no conozco mi propio corazón, ¿es esto el fin? ––preguntaron las llagas de los pies de aquella criatura que, ahora, se arrastraba palpando migajas que luego se echaba en la boca.

Solo hubo silencio.

Cansado de migajas, el hombre las escupió, abrió las manos y sus entrañas exclamaron:

––Si esto es el fin, ¡que acabe de revelarse!


Solo hubo silencio.

Desnutrido, ya sin fuerzas, la duda lo acompañó mientras palpaba las paredes de la habitación, en busca de alguna señal que le devolviera la facultad para sostenerse en pie. Reconoció en ellas las grietas de su niñez, de sus desiciones, aciertos, fracasos, y lloró amargamente.

Entre sollozos, gritó un grito que aún retumba en la oscuridad: ––Señor, si este es el fin, que se haga, en mí, tu voluntad.

Halló, entonces, su propia voz, una voz tan antigua como la primigenia mañana hecha para él. Una voz que le confesó:

–– Este es solo el comienzo.