Por Luis O. Brea Franco

Resumen:

En la época del desasosiego y la prisa, en la modernidad, a la filosofía se la quiere medir por sus efectos inmediatos, se la quiere confrontar con el rasero de lo ordinario, y como sus frutos no aparecen con la misma rapidez y contundencia que los efectos del operar técnico, donde rige el puro cálculo de consecuencias inmediatas, entonces se la percibe como un modo de saber deficiente, ineficaz, inútil. Es imprescindible desarrollar un pensamiento reflexivo, al lado y por encima del pensamiento técnico, calculador, y es necesario educar para fomentar en nuestra sociedad un pensamiento crítico, ético y abierto a nuevas posibilidades de liberar al ser humano. De nuestra auténtica reflexión depende que las agudas contradicciones que amenazan a la humanidad en estos tiempos peligrosos puedan encontrar sosiego al sugerir nuevos modos de copertenencia,  de identidad de lo antagónico. La palabra de los auténticos pensadores y poetas debe dejarse sentir ahora más que nunca.

 

I.- Introito

Cuando la gente común, sobre todo los jóvenes con intereses intelectuales, entra en contacto con un profesional de la filosofía, casi siempre formula una serie de preguntas: ¿Qué es filosofía? ¿Qué es pensar? ¿Para qué sirve ese quehacer en el día de hoy? ¿Cuál es la diferencia entre las ciencias, entre el paradigma científico y el saber filosófico? ¿Cómo enfoca la filosofía los problemas de nuestro tiempo? Si la filosofía es algo que atañe a cada ser humano, ¿todos estamos capacitados para filosofar?

No hay respuestas fáciles a tales cuestiones. Para desarrollar un hilo de pensamiento, conceptualmente coherente, un filósofo tiene que pasar mucho tiempo intentando explicarse a sí mismo aquello que vive y experimenta día a día con el pensamiento. Sólo la experiencia basada en un ejercicio continuado puede dar indicaciones válidas. Como intento de respuesta, esbozo, a continuación, algunas impresiones personales.

La filosofía, como actividad que emplea constantemente el pensamiento, es más un oficio que una profesión. ¿Qué significa esto? Ante todo, quiere decir que un pensador es como un carpintero, un artesano o un artista creador, que mientras más empeño, dedicación, constancia, curiosidad y pasión dedique a lo que hace, mejor y más clara conciencia tendrá de su labor.

No hay una fórmula para lograr resultados válidos. Hay que ensayar y experimentar incesantemente, cultivar la atención y la firmeza de propósito con tenacidad. Hay que proveerse de un profundo, amplio, minucioso conocimiento de la palabra y fomentar el estudio asiduo. Hay que adquirir formación y práctica de la filología para manejar la bibliografía filosófica que hay que encarar mediante el desarrollo del sentido histórico.

Para pensar es fundamental aprender a organizar, en sí mismo, ideas, conceptos e intuiciones; aprender a observar y analizar sin apremio, sin prisa, serenamente, personas y cosas, actos y obras humanas.

Hay que aplicarse a discernir y aprender entre múltiples modalidades y tipos de relaciones posibles, entre significados, abstraer estructuras formales, semióticas,  intuiciones, sensaciones, vivencias; cultivarse a invocar recuerdos y experiencias. Hay que aprender a callar; entrenarse en el escuchar atenta y pacientemente, sin formular objeciones extemporáneas, mientras se atiende con cuidado y amor el discurso con que un maestro o un innovador expresa su perspectiva de la realidad.

Se debe ser capaz de interrogar y cuestionar con esmero y profundidad lo que tenemos delante como objeto y poder describirlo mediante palabras y llegar a conceptualizarlo, pues, el filósofo interpreta al organizar lo descubierto en un lenguaje, que manifiesta en cadenas de significados articulados, según matices y tonalidades.

Hay que habituar el ojo y adiestrar la sensibilidad para descubrir y articular posibles figuras de racionalidades alternativas coexistentes y diversas de los modos actualsde concebir lo coherente y pertinente, ya sea que interactúen entre sí o en paralelo, y aprender a distinguir y desglosar diversos niveles de rango y organización que, en apariencia, actúan en un mismo plano.

Hay que prepararse, sobre todo, para sospechar, para cuestionarlo todo con escepticismo e ironía, con sentido del humor y, al mismo tiempo, a ser consistentes, persistentes, tenaces, incansables enemigos de la prisa y la pereza. También hay que saber distinguir gradaciones en las múltiples voces y direcciones de sentido que se trenzan en la tradición histórica.

Hay que aprender a dar alas y a domar la bestiecilla de la propia imaginación; aprender a reconstruir intuitivamente condiciones históricas, mentalidades, épocas, cosmovisiones, y aprender a determinar el ángulo de enfoque propio, adecuado para contextualizar cada voz específica presente en la tradición.

Hay que tener una apasionada vocación de saber, de descubrir, de asombrarse ante todo lo que acontece en el mundo y en nosotros mismos. Esta es una condición fundamental que, aunque mencionada al final, no es menos importante que las anteriores. 1

Hay que sentir en sí mismo una insaciable sed de conocer, de cuestionar, de descubrirlas estructuras ocultas en que se articula el ser en una época de la historia o llegar a dar con las mo-dalidades con que se encubre el bosque entre los árboles.

Pensar es la actividad humana consciente más antigua, pues con esta buscamos orientarnos en el mundo. Nace –como señala Platón– del asombro, de la perplejidad, con una ruptura abrupta del orden rotundo y manifiesto de lo cotidiano.

El asombro nos conduce hacia otra posible dimensión de la realidad, nos coloca ante la posibilidad de atrapar con extrema lucidez otras maneras de aparecer y ser.

Sin embargo, en la época del desasosiego y la prisa, en la modernidad, a la filosofía se la quiere medir por sus efectos inmediatos, se la quiere confrontar con el rasero de lo ordinario. Y como sus frutos no aparecen con la misma rapidez y contundencia que los efectos del operar técnico, donde rige el puro cálculo de consecuencias inmediatas, entonces se la percibe como un modo de saber deficiente, ineficaz, inútil.

Ortega solía comentar, frente a la prisa que caracteriza la vida moderna, que según su parecer: prisa tienen sólo los enfermos y los ambiciosos, y en ese orden de ideas se podría afirmar que pocas cosas valiosas se han alcanzado en la historia o en el contexto de una vida humana sin el concurso de la serenidad.

En nuestro tiempo tomamos como modelo de saber el de las ciencias económicas, en las que generalmente domina el criterio técnico del interés personal: cuando un cambio parece ventajoso, se piensa que el cambio es realmente ventajoso para todos, y por esto es altamente recomendable.

Sin embargo, no es evidente identificar bienestar, utilidad y racionalidad. El bienestar no puede ser interpretado desde el canon del éxito económico, porque la racionalidad de una opción económica concreta trasciende estos criterios, es más problemática que su mera utilidad. Por ejemplo, se puede refutar la conveniencia del consumismo con argumentos sobre la necesaria sostenibilidad del desarrollo basado en la urgencia de conserver el planeta.

Hay muchos bienes en el mundo que no pueden considerarse, strictu sensu, atendiendo a que su valor dependa de su utilidad. Esto vale, por ejemplo, con la vida misma considerada como el bien supremo a que tiene acceso un ser humano. Igualmente acontece con el amor, la alegría, la espiritualidad o el deleite que nos produce experimentar la riqueza de lo diferente, así como el goce que origina en nosotros la polivalencia de sentidos que se revelan en una radiante obra de arte auténtica.

Respecto a esta última categoría de bienes, siempre se ha considerado que la obra de arte no tiene, en cuanto a la obra misma, ninguna utilidad inmediata. 2

Un escritor con quien compartimos la época –Paul Auster– señalaba al respecto, en su discurso de aceptación del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, pronunciado el 17 de octubre de 2007: “[…] el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos. Hacer algo por puro placer, por la gracia de hacerlo. Piénsese en el esfuerzo que supone, en las largas horas de práctica y disciplina que se necesitan para ser un consumado pianista o bailarín. Todo ese trabajo y sufrimiento, los sacrificios realizados para lograr algo que es total y absolutamente inútil”.

Al igual que una obra de arte, la filosofía es totalmente inútil desde la óptica de lo banal, coti-diano y ordinario. 3

Se debe recordar que Ludwig Wittgenstein, cumbre del pensamiento del siglo xx, repetía incansablemente a sus oyentes: “En la carrera de la filosofía gana el que puede correr más despacio, o aquel que alcanza el último la meta”.

Tener prisa constituye el mayor dislate en el filosofar. Reaprender a vivir con sosiego, serenamente, no es de modo alguno una forma de perder el tiempo, como muchos creen al día de hoy, sino la forma más provechosa de ganarlo.

 

II.- ¿Qué es la filosofía?

Estamos acostumbrados históricamente a definir la filosofía por su etimología. Así afirmamos que el término proviene del griego antiguo φιλοσοφία, y de su equivalente latino philosophia, vocablos que se traducen al castellano como amor por la sabiduría.

Platón subraya en sus obras de la madurez, específicamente en El banquete, 4 que al ser la filosofía amor o aspiración a la sabiduría, implícitamente se reconoce que no poseemos la sabiduría y es por ello que quien aspira a alcanzarla de alguna manera ha de llamarse filósofo y no sabio, pues la sabiduría es atributo de los dioses.

El hecho de que la filosofía se haya presentado desde sus comienzos como una síntesis lograda por la cultura helénica –para interrogar en torno al ser del mundo y a su posible planimetría, a sentido del ser y de   nuestra condición, a la esencia de las cosas, de las obras y actuaciones, y de los utensilios elaborados por los seres humanos– constituye un acontecimiento fundamental que está en la base del desarrollo de la cultura occidental.

La filosofía abre históricamente un espacio de intercambio racional donde van a moverse y definirse las fuerzas predominantes de esta compleja constelación cultural. Este ámbito se caracteriza por privilegiar la vía racional que se cumple mediante el diálogo en un encuentro público y sosegado, como el medio ideal para descubrir la verdad del ser, orientarnos en el mundo y asegurar, en este, nuestra posición.

Esta situación se configura –según comenta Nietzsche, que era filólogo y docto conocedor de los fundamentos de la cultura helénica– a causa de que: “Los griegos, en tanto que pueblo verdaderamente sano, legitimaron de una vez por todas la filosofía por el simple hecho de que filosofaron; y, precisamente, lo hicieron con mayor intensidad que todos los demás pueblos. […] Por el hecho de no saberla abandonar a su debido tiempo, ellos mismos fueron los causantes de la mengua de su mérito sobre el mundo bárbaro […]”.5

Ahora, si consultamos el diccionario oficial de nuestra lengua castellana, esta actividad viene definida en su primera acepción como el “conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano”. Esta definición abarca lo que caracteriza a la filosofía si es considerada en sentido histórico.

Empero, si no quisiéramos quedarnos ahí, y cuestionamos un sitio al que acude cada día mucha gente para adquirir una visión primeriza y epidérmica de las cosas que nos interesan cotidianamente, si preguntáramos sobre la filosofía en la enciclopedia de la Web, en Wikipedia, encontraríamos que este saber viene definido como “el estudio de una variedad de problemas fundamentales acerca de cuestiones como la existencia, el conocimiento, la verdad, la moral, la belleza, la mente y el lenguaje”; explicación que en cierta manera compagina con la definición de la Real Academia Española, aunque resalta el universo de los problemas antes que enfatizar en la codificación de sus descubrimientos o principios.

Si buscáramos aún otra definición,  podríamos avanzar la descripción metafórica que de la filosofía ofrecen dos pensadores contemporáneos, Gilles Deleuze y Felix Guattari, en su estimulante libro ¿Qué es la filosofía? Ambos definen, no la filosofía sino el ejercicio del pensar, el filosofar, como “la relación que se produce entre la tierra y el territorio”. 6

¿A qué ámbito se refieren con semejante metaforización sobre los elementos que concurren en el filosofar? A mi juicio, intentan enfatizar que en el pensar filosófico, tal como se concibe hoy, no podremos contar con encontrar alguna facticidad primigenia, que podamos considerar como el fundamento originario del mundo. Es decir, que no es posible arraigar alguna perspectiva del cosmos y del ser sobre algún punto firme, definido y consistente en sí mismo. 7

Al filósofo de hoy no lo mueve analizar sutilmente, por ejemplo, la quintaesencia del sujeto o el objeto, como lo hacía la vieja metafísica que se origina con Platón y Aristóteles y sobrevive hasta finales del siglo XIX. En cambio, se recalca que el enfoque debe asumir y tematizar la relación concreta tal como esta se actualiza, que debe describirse desde el desplegarse del fenómeno mismo, ante que referirse a los términos extremos que casi siempre son abstracciones creadas por el análisis del filósofo.

Se trataría de considerar el hilo tensado que es la relación y no sólo los posibles términos extremos, que indican más bien el límite de la correlación. Esto quiere decir que lo que verdaderamente importante para el pensamiento filosófico contemporáneo es determinar los rangos de las relaciones de sentido, y no anclar el pensamiento en términos abstractos.

+El punto de partida del filosofar hodierno es la constatación de que el principio (lo que es originario, primero, principal y predominante en algo) lo constituye la red de sentido que se teje desde lo intramundano. Esto vendría a significar que tenemos conciencia de que nos-encontramos-en-el-mundo, en un universo determinado, histórico; que no podemos salir de ninguna manera de este orbe, salvo por vía de la muerte. Pero cuando esta situación límite acontece, ya no hay ni sujeto ni mundo, ni existe el problema de su relación, de su ser-en-el-mundo.

Es por esta razón que el pensador francés Jean Baudrillard (1929-2007)  explica, en uno de sus efervescentes escritos, por qué la situación en que nos encontramos podría denominarse la de “el intercambio imposible”. 8

La tierra y el territorio –en la caracterización de Deleuze y Guattari– son componentes que apuntan a zonas de indiscernibilidad, zonas que deberían ser asumidas como comarcas límites de sentido, en el contexto de procesos continuos de resignificación en el interior de un proceso semiótico abierto. Los elementos límites fungirían como términos de referencia de un específico proceso semiótico: la desterritorialización (el movimiento del territorio a la tierra) y la reterritorialización (de la tierra al territorio). Como muestra de estos procesos en lo que se refiere a la filosofía, los autores establecen que: “Grecia es el territorio del filósofo o la tierra de la filosofía”.

Sin embargo, quizás    algún   lector   pudiera cuestionar ¿a qué viene tanta insistencia por ideas que más o menos están presentes como nociones corrientes sobre la filosofía en nuestra vida cotidiana?

Entonces respondo que la causa de mi insistencia es que deseo destacar que la filosofía no es un saber que nace como una planta trepadora, como hiedra rastrera o como un parásito que necesita de otro cuerpo u organismo para ser, sostenerse y prevalecer.

Quiero dejar sentado que la filosofía es un saber que originariamente se sostiene desde sus propias raíces.  Es decir, que se constituye como un saber arraigado en la historia, en su propia historia.

No es posible pensar filosóficamente sin ser consciente de que este saber se origina y desarrolla en el seno de una específica y dilatada tradición, que se cristaliza y se expresa a través de una determinada terminología que ha venido elaborándose y renovándose durante los últimos 25 siglos de historia occidental.

Sin embargo, no deja de ser cierto, igualmente, lo que escribía en 1816 el gran pensador alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), en la introducción a su Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio: “La filosofía no tiene la ventaja, de la que gozan las otras ciencias, de poder presuponer sus objetos como inmediatamente donados en la representación, y como ya admitidos en el punto de partida, y en el proceder sucesivo, el método de su conocer”. 9

El fundamental arraigo histórico de la filosofía en una tradición y una terminología, considerada en sentido diacrónico, no impide que, al mismo tiempo, podamos destacar su indefinición originaria considerada en sentido sincrónico. Esto quiere decir que la filosofía está siempre abierta a toda eventual posibilidad de desterritorialización y de reterritorialización, lo que revela que pertenece al ámbito de la libre actualización de la esencia de la libertad.

En el filosofar predomina la esencial apertura que otorga la preeminencia del espíritu creativo, abierto a todas las posibles dimensiones del ser, frente a la posibilidad reglamentada de toda ciencia concentrada en lo meramente factual.

A esto se refería Nietzsche cuando definía al filósofo como “un ser humano que constantemen-te vive, ve, oye, sospecha, espera y sueña… cosas extraordinarias”. 10

No obstante, también Nietzsche insiste que en el momento del despliegue del análisis filosófico prevalece la frialdad, la lejanía y la soledad: “El hielo está cerca, la soledad es inmensa ¡más que tranquilas yacen todas las cosas en la luz! ¡Con qué libertad se respira! ¡Cuántas cosas sentimos por debajo de nosotros! La filosofía, tal como yo la he entendido y vivido hasta ahora, es vida voluntaria en el hielo y en las altas montañas: búsqueda de todo lo problemático y extraño en el existir, de todo lo proscrito hasta ahora por la moral”. 11

Martín Heidegger, uno de los más profundos filósofos del siglo XX, comenta la aserción de Nietzsche al decir que el filósofo está, se mueve, actúa, fuera de lo ordinario. “Se coloca sobre el secreto fundamento de la libertad, de un modo por completo autónomo, pleno y apropiado. Filosofar consiste en el extraordinario preguntar por lo que está más allá de todo orden, sobre algo que, además, está separado, fuera del orden, en cuanto rige –por ser superior o fundamental– sobre todo lo ordinario”. 12

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Notas:

1 Cfr.: Nietzsche, Friedrich: Más allá del bien y el mal, Alianza Editorial, Madrid, España, 1972 (2001), § 292, 1886. p. 265: “Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia se tiene miedo a sí mismo, pero que es demasiado curioso para no ‘volver a sí mismo’ una y otra vez […]”. En este ensayo utilizo el símbolo § para indicar un aforismo, un párrafo o un apartado numerado por un autor citado.

2 Cfr. Brea Franco, Luis O.: Preludios a la posmodernidad: Estética, nihilismo e identidad, Academia de Ciencias de la República Dominicana, Santo Domingo, 2001, pp. 45-88, § 4. Identidad.

3 Cfr. Heidegger, Martin: Introduction à la metáphysique, Éditions Gallimard, Paris, France, 1967, p. 21. “[La filosofía]  tampoco es un saber que se aprende inmediatamente, como los conocimientos manuales y técnicos; tampoco se lo puede aplicar de inmediato o considerarlo por su utilidad, como ocurre con el saber económico y profesional en general. Pero lo inútil es capaz de tener poder, y de hecho lo tiene. Lo que carece de eco inmediato en la cotidianidad, puede hallarse en la más íntima armonía [Einklang] con el acontecer [Geschehen] auténtico [o también se podría traducir: con lo auténticamente histórico. lobf]. […] En cada grado y principio de su despliegue lleva implícita su propia ley. […] La filosofía constituye –continúa Heidegger– como la manifestación intelectual, como la apertura, a través del pensamiento, de caminos y perspectivas que nos permiten llegar a establecer criterios, rangos y jerarquías”. Cfr. Ibídem, p. 23 (versión lobf).

4 Cfr.: Platón, El banquete, § 339-340.

5 Cfr.: Nietzsche, Friedrich: La filosofía en la época trágica de los griegos, Ed. Valdemar, Madrid, (1999) 2001, p. 34.  Más adelante Nietzsche insiste en que: “[…] la filosofía en Grecia sólo habría sido importada y no nacida en su suelo autóctono y natural. […] No cabe cosa más absurda que atribuir a los griegos una cultura autóctona; al contrario: más bien habrá que afirmar que asimilaron para sí enteramente la cultura viva de otros pueblos, de ahí que llegaran tan lejos, pues supieron recoger la jabalina del lugar en que otro pueblo la había abandonado y arrojarla de nuevo más lejos. Los griegos son dignos de admiración en el arte del aprender provechosamente: tal y como ellos hicieron ‘deberíamos’ nosotros aprender de nuestros vecinos; pero aprender a vivir [cursivas lobf], no a poner el conocimiento al servicio de una erudición que nos encadena […]”. Ibídem, pp. 35-36. Por otra parte,  el estudioso alemán Oswald Splengler trata sobre la diferencia esencial que habría que establecer entre la erudición y lo que sería el saber adecuado para la vida: Cfr. Splengler, Oswald: La decadencia de Occidente. Tomo II, capítulo I, § 3, pp. 26-27, Ed. Espasa Calpe, Madrid (1998), 2007: “¿Es el pensamiento una creación del hombre, o el hombre superior una creación del pensamiento? Estasdos actitudes difieren sólo en las palabras. Pero el pensamiento mismo, al determinar su rango dentro de la vida, fallará siempre erróneamente, estimándose en demasía, porque no advierte o no reconoce junto a sí otros modos de referirse a las cosas, y por lo tanto, renuncia desde luego a una visión imparcial de la realidad. De hecho, todos los pensadores profesionales –los únicos casi en todas las culturas que en esto llevan la voz cantante– han considerado siempre la reflexión fría, abstracta, como la única actividad que evidentemente conduce al conocimiento de las cosas últimas. Y abrigan asimismo la convicción de que la verdad, que por ese camino llegan a descubrir,  es la misma que, como verdad, aspiraban a conocer, y no acaso una imagen representada, sustituto de los arcanos incomprensibles”.

6  Cfr.: Deleuze, Gilles y Guattari, Felix: ¿Qué es la filosofía?, Ed. Anagrama, Barcelona, 1993, pp. 86-87.

7  Aquí se podría recordar la hermosa e inquietante metáfora de Nietzsche sobre la ausencia de un punto firme para la vida para el ser humano de la Modernidad: “Hemos abandonado tierra firme, nos hemos embarcado.  Hemos roto los puentes, más aún, hemos roto nuestra vinculación con tierra firme. ¡Ea, barquita! ¡Toma precauciones! A tu lado está el océano, es cierto, no siempre brama, y de vez en cuando yace como seda y oro, como el ensueño de la amabilidad. Pero llegarán horas en las que reconozcas que es infinito, que no hay nada más terrible que la infinitud. ¡Ay del pobre pájaro que se ha creído libre y choca contra las paredes de esta jaula! ¡Ay,  cuando te viene la añoranza de la tierra firme, como si allí hubiese habido mayor libertad […] y ya no hay ‘tierra firme’”. Cfr.: Nietzsche, Friedrich: El gay saber. Espasa Calpe Editores, Madrid, 1986. § 124, pp. 154-155.

8 Cfr.: Baudrillard, Jean: El intercambio imposible. Ediciones Cátedra, Madrid, 2000, pp. 11-12: “Todo parte del intercambio imposible. Lo incierto del mundo es que no tiene equivalente en lugar alguno y que no se puede canjear por nada. La incertidumbre del pensamiento es que no se puede canjear ni por la verdad ni por la realidad. […] No existe equivalente del mundo. En esto consiste precisamente su definición, o su indefinición. Sin equivalente no hay doble, ni representación, ni espejo. Cualquier espejo seguiría formando parte del mundo. No hay sitio para el mundo y para su doble al mismo tiempo. Por lo tanto, no hay verificación posible del mundo, razón por la cual la ‘realidad’ es una impostura. Sin verificación posible, el mundo es una ilusión fundamental. […] ‘El universo, formado por innumerables conjuntos, no constituye en sí un conjunto’ (Denis Guedj). Así ocurre con cualquier sistema. La esfera económica, esfera de todos los intercambios, considerada en su globalidad, no se canjea por nada. […] Aunque desee ignorarlo, esta determinación induce, en el corazón mismo de la esfera económica, la fluctuación de sus ecuaciones y de sus postulados y, por fin, su desviación especulativa, en la interacción alocada de sus criterios y sus elementos”.

9 Cfr.: Hegel, Georg Wilhelm Friedrich: Enciclopedia delle scienze filosofiche in compendio. Laterza Ed., Bari, 1963, p. 1.

10  Cfr.: Nietzsche, Friedrich: Más allá del bien y del mal. Alianza Editorial, Madrid, (1972) 2001, § 292: “Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias;  alguien al que sus propios pensamientos le golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes”. Es la parte inicial del primer aforismo citado en la nota 1 de la presente reflexión.

11  Cfr. Nietzsche, Friedrich: Ecce Homo. Alianza Editorial, Madrid, 1999, en el prólogo, §3, pp. 18-19.

12  Cfr. Heidegger, Martin: Introduction à la métaphysique, Éditions Gallimard, Paris, (1958) 1980, p. 25 [versión al castellano de lobf].

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Sobre el autor

Luis O. Brea Franco realizó estudios secundarios en el Colegio de La Salle de Santo Domingo, marchando en los años 60 a Italia, a proseguir sus estudios de Filosofía, en la Universitá degli Studí di Firenze, realizando posteriormente en 1972 un Doctorado. A su regreso a República fue co-fundador de la Librería Cultural Dominicana. Desde 1981 a 1994 se dedicó a la docencia y gestión cultural en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña. Fue uno de los fundadores y planificadores del Ministerio de Cultura de la República Dominicana. Ocupó los puestos de Dirección de Bienes Subacuáticos, y entre el 2012 y el 2016 fue Comisario del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña, que otorgan el Ministerio de Cultura y el Gobierno de la República Dominicana.

Dos temas han ocupado sus estudios en los más recientes años: el nihilismo ruso y la obra de Friedrich Nietzsche. Su libro Claves para una lectura de Nietzschefue editado originalmente en 1993 pero ampliado y publicado en el 2016, ofrece una amplia panorámica sobre los temas esenciales del filósofo alemán. Ha publicado, además, unos doce libros.

 

Ver también entrevista a Luis O. Brea Franco:

Luis O. Brea Franco: La democracia sin pensamiento es engaño