©Por Glenda Galán.

Foto: liariveraflavia.com

Mi diálogo con Martha Rivera-Garrido inicia desde la lectura de su poesía y continúa en esta entrevista que, muy amablemente, me concedió.

Es mucho lo que me gustaría seguir conversando con ella en torno a su obra y a sus vivencias. Es mucho lo que he disfrutado el encuentro con esta mujer que tiene mucho qué contar y que, al hacerlo, pone de manifiesto su mirada profunda sobre aspectos relativos a la existencia.

Poseedora de un baúl de recuerdos inmenso, Martha vive plenamente el presente siendo, sobre todo, auténtica.

-Quisiera iniciar este diálogo hablando sobre el amor y la admiración que sientes por tu madre. ¿Cuál es el recuerdo, o los recuerdos, más preciados que guardas de su vida en tu vida?

–Mi madre fue mi primera patria, una de la que llevo por todas partes, ondeando siempre, la bandera. Tuve unos padres excepcionales, extraordinarios en todos los sentidos, aunque a papi lo perdí cuando yo solamente tenía 13 años, y entonces mami se tuvo que convertir en mamá y en papá al mismo tiempo.  Los dos murieron en mis brazos.  Era mi mejor amiga. Siempre albergaba una respuesta importante o un silencio necesario. Cuando era niña me leía poesía, y así nació mi fascinación por las palabras.  De ella recuerdo todos los días dos cosas: su certeza y su risa.

–¿Tuvo tu madre la oportunidad de leerte? Si es así, ¿te expresó alguna vez cómo te percibía ella como escritora?

–Sí, no solamente me leyó de una manera muy crítica, sino que fue la persona que más estímulo me dio para que asumiera mi oficio. Guardó desde los poemitas que escribí cuando tenía 5 años, hasta todos los borradores de los libros que publiqué mientras vivía. Ella misma los corregía.  Una vez me dijo: “Estas escribiendo demasiado sobre la muerte, supongo que estás sin saberlo fascinada con la vida… y eso siempre es un peligro.”  Tenía toda la razón. En otra oportunidad me sorprendió diciéndome: “Te estoy contando los fantasmas”; con eso me obligó, sin decirlo expresamente, a intentar no repetirme.

Tenía una caligrafía preciosa y una dicción impecable. Era una mujer muy culta. Todos mis textos importantes pasaban por sus manos y cuando murió tuve que aprender a corregirme a mí misma. Con su muerte nació mi obsesión por revisarme hasta el agotamiento, es como si cuando ella me entregaba un manuscrito corregido yo pudiera, finalmente, descansar.

–¿Qué libros marcaron tu escritura en los años ochenta?

–Fueron muchos, y no solamente de literatura sino, también, de filosofía. En los ochenta, más que libros podría mencionarte autores fundamentales; autores que leí por primera vez en esa década y cuyas intertextualidades me fueron acompañando en mis primeras publicaciones: José Lezama Lima, Alejandra Pizarnik, Sylvia Plath, Anne Sexton, Artaud, Emile Cioran, Jean Baudrillard, Rainer María Rilke, Marguerite Yourcenar, Julio Cortázar, Arthur Rimbaud, Wallace Stevens, William Carlos Williams, Jorge Luis Borges, Stephane Mallarmé, Franklyn Mieses Burgos, Gonzalo Rojas, Pedro Salinas, Juan Gelman… ufff, un montón de autores variopintos. Los ochentas fueron una época de descubrimiento y, simultáneamente, asumir el oficio.

–Viviste tus años estudiantiles en una época muy convulsa, políticamente hablando ¿Qué significó, para ti, escribir en los ochenta y qué representa seguir haciéndolo en este inicio de siglo XXI?

–Empecé a militar en la izquierda cuando tenía solamente 17 años, y entré a la Universidad Autónoma ya militando. Estudié Ciencias Políticas. No solamente militaba, sino que lo hacía en células de una izquierda bastante radical. En el movimiento estudiantil fui intensa; llegué a ser miembro del Claustro Universitario. Luego, también participé en el movimiento sindical sin ser precisamente obrera; trabajaba como traductora en la CDE y ahí también me movilicé con SITRACODE. Es curioso, porque estudié y me relacioné desde la niñez hasta la adolescencia con amigos y amigas muy burgueses. Pero en mi casa siempre encontré un manantial para abrevar la rebeldía… y la realidad. Mi papá y mi mamá fueron militantes catorcistas y papi peleó en la Revolución de abril. En el colegio, por ejemplo, me veían como una excéntrica realmente. El principio de los años ochentas me agarró estudiando marxismo apasionadamente, y ya a mediados de esa década empezamos a sentir ese viento frío que fue el derretimiento del iceberg que llamábamos ideología. El pensamiento empezó a volverse más plural y comenzamos a cuestionar ciertos dogmatismos. Yo empecé escribiendo poesía política, componiendo canciones políticas. Mi primer libro, pienso que fue una manera de encontrar mi propia subjetividad y confrontar la decadencia.

– Eres descendiente de Gastón Fernando Deligne, un poeta muy reconocido en nuestro país. Siendo esto así, te pregunto: ¿El poeta nace, se hace o ambas?

–No lo sé. Tengo amplias dudas sobre eso. Pienso, más que nada, que el lugar donde creces determina un montón de cosas de lo que potencialmente puedes ser. No soy mi hijo Harry Luis, así que no me puedo poner a hablar aquí de genética. Pero sí te diré algo: mi fascinación por las palabras es mía, muy mía. Y ciertamente no crecí sola, de modo que alguna predisposición había en mi, tal vez genética. Vengo de una familia de intelectuales, de escritores, por los dos lados. Pero los libros en una casa son sumamente importante. Y que tus padres vean esa predisposición a leer y escribir en ti como algo positivo, también. Yo crecí entre memorias, libros y pensamiento. Me sabía los poemas de Deligne de memoria a los diez años… Hay algo de las dos cosas. Porque si no me hubiera decidido, dedicado, apasionado… tal vez hoy sería consultora en alguna empresa o simplemente empleada, recurso brillante pero prescindible en alguna corporación. Lo único que puedo hacer a estas alturas es manifestar mi agradecimiento ancestral. Porque trabajo mucho, pero en algo que es mío y que me apasiona. Y porque la literatura es mi vida, pero para hacerla no dependo de nadie sino de mí misma. Soy dueña de mi tiempo, soy más libre que casi todas las personas que conozco. Y escribo desde niña, pero yo (y lo digo a viva voz) yo ME HE HECHO.

–¿Qué ha sido lo más extraordinario de tu trayecto como escritora?

–Respirar. De alguna manera portentosa escribir me permite hacerlo. Yo estoy viva porque escribo… ¿qué te parece eso? ¿Podría haber algo más grande? No lo creo. Haber podido inventarlo todo, hasta el amor, hasta a personas que no existían realmente (que eran de lo más anodino del mundo), he podido inventarme por lo que soy, por lo que hago. Escribir ha sido fundarme. Es extraordinario que nada se hay interpuesto entre yo misma y eso.

–Existen libros que a uno lo marcan para siempre. ¿Cuáles 3 entrarían en tu lista?

–Son de mi niñez, todos. La colección de cuentos de Hans Christian Andersen, que fue de mi madre antes que mía, fue el primero. Luego, cuando me operaron de la garganta me compraron Las Mil y Una Noches, ese sería el segundo. El tercero fue La Ilíada, de Homero, y tuve el privilegio de leerlo en versos, en una edición de finales del siglo XIX de mi abuelo.

–Mucho se habla sobre los aspectos negativos de las redes sociales, cuando son mal utilizadas. Aun así, algunos artistas y escritores tienen en estas un aliado para la promoción de sus obras. ¿Cómo ha sido tu experiencia en las redes sociales?

–Mi experiencia ha sido excelente. Siempre intento usarlas bien y llevar a mis lectores a través de ellas mi pensamiento, mis sentimientos, mi literatura, mis críticas y mis reflexiones sobre el momento histórico que estamos viviendo. Nunca, aun ahora que tengo tan poco tiempo para ellas, las descuido. Estoy ahí para resistir, para gritar, para poetizar y para conectar con todas aquellas personas con sensibilidad. Pero trato de abordarlas desde la trascendencia porque pienso que me toca. He llamado a mis lectores más fieles  “mis inefables”. Lo son, realmente.

–La sensualidad está muy presente en tu escritura, la fuerza y lo profundo del ser. ¿Cómo puede una mujer que escribe así, que siente así, lidiar con la realidad de vivir en un país donde existe tanto maltrato hacia la mujer, donde, en algunos casos, no se profundiza mucho debido a la falta de educación y donde la bondad es opacada por las acciones de las personas que deberían trabajar por que tengamos un mejor país?

–Si me he salvado, si lo he hecho, ha sido amando…. y creo que es la única manera. Amando y doliéndome Amando lo que amo y lo que hago. Amando irreverente, descarnada, portentosamente. Y asumiendo el dolor, reivindicándolo. Vivir es sentir intensa, profundamente. Para mí, por ejemplo, hacer el amor es un asunto místico, de adoración; algo que tiene una profundidad definitiva. Cuando amas así y lo escribes, cuando lo conviertes en texto, estás llevando al otro la posibilidad de ser lo que no es porque, simplemente, no ha aprendido a serlo. Cada acto de amor (y no hablo del amor desde el cliché de “all we need is love”) es una semilla. Cada vez que eres auténtico, auténtica, en lo que haces, estés en el país que estés, estás poniendo una bandera. La relación entre hacer y ser… dar y ser… proponer y ser, queda implícita en ello. Escribir me proporciona esa posibilidad y créeme… yo estoy en eso. El mundo puede ser mejor desde cada una de las personas que lo habitan. Yo intento mejorar mi mundo siendo la persona que efectivamente quiero ser. Creyendo lo que creo. A pesar de cualquier fracaso en ese sentido, el más pequeño o esporádico o estúpido, no he encontrado nada ni a nadie que me frene en esta decisión, en este intento.

–¿Qué permanece de la Martha que escribió XX Century aún sin título en español y otros poemas?

–Sobre todo, permanece alguna ingenuidad que me niego a asesinar. Creo que por eso soy la misma iconoclasta. La misma. He cambiado para ser la misma. Soy distinta para parecerme a mí. Vueltas y más vueltas en este oficio de vivir y de escribir, para volver al punto de partida. Toda mi obra es simultáneamente una ida y un retorno, y al revés. Quizá sería imposible estudiar mi obra literaria prescindiendo de alguno de sus momentos escriturales. Ni la mía ni la de nadie. Escribir es tejer la mortaja de Amaranta en Cien Años de Soledad. Al final quedará ese lienzo donde estará dibujado todo como una continuidad: lo que has vivido, lo que has soñado, lo que has muerto, lo que has escrito, lo que has hecho.

–¿Cómo fue la experiencia de escribir la novela He Olvidado tu Nombre

–Muy intensa. Mi esposo se fue a vivir unos meses a Puerto Rico desarrollando un proyecto y yo me quedé sola en casa con los niños. A pesar de que lo extrañaba, fue un momento de reivindicación de mi tiempo subjetivo. Pude sentarme a escribir una novela y no perdí el tiempo. La terminé antes de que él llegara. Escribiendo He Olvidado tu Nombre me di cuenta de que me gusta contar. Para la narrativa es importante eso. También comprendí que nunca abandonaría la poesía… que sería poeta en cualquier género que escribiera. Tengo cuatro libros terminados de narrativa que saldrán muy pero muy pronto. En todos ellos soy poeta.

–¿A qué le atribuyes que la literatura dominicana no es muy conocida internacionalmente?

–A más de una razón. Los años de atraso que generaron las dictaduras, nuestra insularidad (la cultural, interior, sobre todo), la falta de editoriales y la falta de críticos. La total carencia de estímulo hacia la lectura. En República Dominicana los autores tienen que autopublicarse, en el mejor de los casos (cuando cuentan con recursos). Escribir es un reto enorme en la República Dominicana, imagínate publicar… Los escritores, casi siempre, tienen que dedicarse, también, a otra cosa para sobrevivir. Hasta que no se entienda, especialmente en este momento que vive la humanidad, la importancia del arte y de la literatura, estaremos detrás, atrás, muy lejos de lo que podríamos estar y ser. Este es el mundo de las corporaciones, de la información en tiempo real e indiscriminada y, por tanto, de la superficialidad, de la estupidez más rampante. Estamos amasando imbéciles informados y en nuestro país todavía se cree una meta ser “exitoso”. Nos falta comprender la trascendencia… la de la vida misma, la que nos sucede.

–La palabra es…Mi gran fascinación.

–Una ventana es… La infinita posibilidad.

–Si asignaras un color a tu poesía, ¿cuál sería?

–Rojo.