Por GG

Life is what happens to you while you’re busy making other plans.

John Lennon

 

Son las cuatro de la madrugada. Baúl repleto de ropa lavada la noche anterior, dos panes con queso, dos botellas de agua y el tanque del carro lleno de gasolina. Mi hija y yo alejándonos de Irma.

Debo decir en esta parte de la crónica, cuento, relato o lo que usted desee que sea, que cuando pequeña sufrí los embates del ciclón David. Por aquellos aires desenfrenados vi pasar hojas de zinc arrasacocotes, ramas desguabinadas y agua, mucha agua. Sin embargo, mi casa, una hermosa construcción de cemento con pisos hermosamente dibujados, nos resguardó perfectamente ante aquel fenómeno de la naturaleza. No así, de las dos semanas sin luz, ni agua, ni gasolina, ni abanico, ni televisión que le siguieron.

Entonces, es entendible que mi huida de Miami no era por Irma, era por las semanas sin luz que segurito vendrían luego. Con ese pensamiento latente y caluroso, cogimos rumbo a Atlanta, sin yo tener experiencia de manejo extremo. Pero, ¿qué son 11 horas de camino si vas a tener luz en las próximas semanas?

Al salir de la noche ya llevábamos tres horas dando ruedas. Por momentos el sol pretendía ocultarse entre árbol y árbol, un ejercicio que me cegaba, aún con los lentes de cristales rosados que protegían mis ojos de aquella danza de luces y sombras. El agua y los sánduches duraron lo que dura el sueño de un desvelado y a las cuatro horas mi estómago hacía ruiditos al compás de los Beatles.

No haciendo caso de esos pequeñitos detalles, seguimos la ruta que nos conduciría, según yo, a Roswell. La verdad es que el camino  hacia los pueblitos en los que tuvimos que penetrar para ver si encontrábamos gasolina, apenas empezaba.

A eso de las once de la mañana, sintiéndome victoriosa de haber tomado la decisión de salir temprano de casa (como si con eso nos evitaríamos algún tráfico), sorteaba los carros que se reproducían de manera acelerada en el carril que conducía al norte. A eso de las doce el paso era imposible. ¿Pero que son 14 horas de camino cuando vas a tener luz durante  la próxima semana?

Mi hija se preocupaba de cuando en cuando, al ver que íbamos a una velocidad de 30 millas por hora en una vía en la que deberíamos avanzar a unas 70. “Mami, ya se fue más de la mitad del tanque, deberíamos echar gasolina”.

Tomando en cuenta la observación atinada de mi copiloto salimos del highway y seguimos buscando el preciado combustible, infructuosamente. Dos salidas más tarde encontraríamos un lugar, alejado de la salida, donde pudimos llenar nuestro tanque luego de una hora y media de fila.

De vuelta a la gran caravana de carros, carros y más carros, bebimos toda el agua que habíamos comprado en la gasolinera. El temor a morir de sed se coló en mi cabeza, en vista del paso de hormiga con el que transitábamos. Pero, ¿qué son 20 horas de viaje, si vamos a tener luz la próxima semana?

Para las dos de la tarde manejaba cabeceando, mientras mi hija iba contándome alguna cosa del colegio, de una fiesta, de un amigo, de una amiga, de un enamora… “Mira muchacha, si el tipo te quiere controlar aspirando a ser novio, que mire pa otro lao”, se me quita el sueño por unos segundos.

A las tres y algo decidimos que era hora de comer lo que apareciera. Cracker Barrel nos abre las puertas a un vasto menú de comida de calle, de esa que sabe a lo mismo que en otras treinta cadenas de restaurantes. En el proceso de decisión culinaria la camarera no solo nos pregunta qué vamos a ordenar, sino que se agarra del  español forastero que hemos hablado mientras nos acomodábamos y también nos pregunta“Where are you coming from?”.

“We come from Miami”, le respondo.

“Ah, the hurricane!, this table came from Miami too”.

Cuando la mesera se aleja para traernos unos biscuits, me queda la duda si ella trabaja para la CIA o es relacionadora pública de todos los que visitamos el restaurante. A los 10 minutos confirmo la segunda opción.

“Hi”, me dice una de las señoras que, supuestamente, también  vienen dese Miami a causa de Irma.

“Hi”, le respondo con mi broken English.

“También ustedes vienen de Miami, me lo dijo la camarera”. Cambia a español.

“Sí, venimos de allá”.

“Nosotros vamos como ustedes hacia Atlanta”.

¿Pero será telépata la mujer que nos acaba de servir el ice tea?, pienso sin disimular.

Viendo el desconcierto en mi cara, mi  hija me dice que cuando fue al baño le dijo a la camarera hacia dónde nos dirigíamos. “¡Ah!” digo y me despido.

Mi conciudadana me encomienda a sus afectos celestiales.

“Que la virgen las acompañe”.

La virgen de la Caridad de Cobre viene a muestro encuentro desde el acento cuban-american que se aleja y que se reintegrará, como nosotras, al ciempiés de carros que se mueven hacia Atlanta. Pero, ¿qué son 22 horas de camino si tendremos luz por la próxima semana?

Las muelas ya no aguantan otro chicle. A las seis de la tarde esa goma de mascar pierde el azúcar cada vez más rápido y mi quijada ya no puede con el chaquichá que mantiene mis ojos abiertos, junto a algunos sorbos de un agua marrón que me vendieron como café.

Estos ojos van cerrándose y perdiéndose en campos algodoneros quemados por la temporada y en un sol cuajado que desfigura los bordes de la carretera. Carretera, highway, caminito o calle, ¿qué más da? Este GPS nos ha puesto a zigsagear durante todo el camino atento a desviarnos de los tapones. Que si coja por el Turnpike, que si salga en la próxima salida, que si hay un carrerío si seguimos por aquí o por allá. “The route has been changed…” Pero, ¿qué más da, si luego de 23 horas de camino tendremos luz durante la próxima semana?

“Bueno, yo no aguanto más”,  digo buscando apoyo en mi copilotohija, que espero me añoñe y me diga: “vamos a parar”. Pero no, esas pilas de 16 años de edad son puro bonche.

“Aquí tengo mi playlist de cansancio en carretera, perate”.

“Me dio una sirimba” suena Juan Luis Guerra, que ahora es JLG, provocándome un sobresalto en medio de aquel río de carros que nos rodea, porque no es fácil pasar el Niagara en bicicleta.

Entre dolor de cuello, olor a tabaco y Chanel y otros meneos, transcurre la próxima hora y la otra y la otra y la que quiebro con mi voz de oveja que va al matadero entre aquella turba que huye despavorida de Irma.

“Es que si no paro el cocote se me desprende” digo agarrándome la nuca. “Busca en tu celular un hotel que esté cerca, que ya no aguanto este manejo”.

Mueca de “esto ta difícil” asoma en la cara de mi hija que teclea y teclea, habla y habla celular en oído, confirmando lo que temo.

“Todo está lleno, mami, ¿Cuánto es que falta?”

“El GPS dice que cuatro horas y media. Déjame ver qué hay por esta salida. Oye una cosa, aunque sea en un parqueo dormimos dentro del carro. Andar así es un peligro”.

“El peligro era Irma y mira esto, en esta carretera nos parecemos a ese pueblo de la biblia que caminaba en busca de la tierra prometida”.

Al entrar a un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, nos paramos en el primer hotel que divisamos entre las penumbras de las 9:00 de la noche, en busca de alojamiento. Cual María y José, en medio del parto, nos despachan de cada hotel que pisamos pidiendo posada. Hasta que en uno de los front desks una señora, parecida a una chiva, nos recomienda, en un inglés que, traducido al español dominicano, sonaría como:

Buehhhh, yo ustedes me la busco en un motel, porque no van a encontrar habitación por parte.

Y así, lo que viene es mambo…

 

Leer la segunda parte aquí:

Dos dominicanas de Miami y un ciclón (2 de 2)