©Por Glenda Galán

No existe talento sin esfuerzo, ni genio que no venga acompañado de una gran obsessión”

 J.B.

 

PASSAR PÁXAROS – CASA OBSCURA, ALDEA SUMERGIDA

Algo que me ha regalado Miami es la grata experiencia de conocer a gente diversa, entre ellas escritores, artista y poetas de muchas nacionalidades.

Joaquín Badajoz es una de esos poetas que han causado en mí verdadero asombro y la alegría de seguir descubriendo cuánto talento existe en la ciudad del sol.

Con poemas escritos décadas atrás, este poeta cubanoamericano nos invita a ser parte de su viaje, abordando las páginas de su primer libro: PASSAR PÁXAROS-CASA OBSCURA, ALDEA SUMERGIDA, editado por la Academia Norteamericana de la Lengua ANLE, del que nos habla en esta entrevista que muy amablemente me ha concedido.
¿Porqué dos libros en uno?

-Ni la ecología ni el marketing tuvieron que ver en esta suerte de ‘álbum doble’, que tiene su origen en el azar y la mandorla, que es como a menudo suceden las cosas, superponiéndose unas a otras, brotando desde una confusa urdimbre. Hace dos años, Gerardo Piña-Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua (ANLE), me invitó a presentar un libro para el plan editorial de la ANLE y cuando le envié esos dos inéditos para que escogieran, me propuso publicarlos juntos en un volumen más grueso. Al principio dude de esta idea, pero luego entendí que la solución perfecta para alguien tan reticente a publicar como yo sería tener su monobiblion, su opera omnia; a fin de cuentas uno escribe diferente variaciones sobre una misma obsesión, y salvando los rasgos de estilo, pues hablamos de una década, puede leerse como un solo libro (un solo viaje), como tú misma has notado.

  –A qué se debe que PASSAR PÁXAROS, escrito de 1998 a 2004 anteceda en este libro a CASA OBSCURA, ALDEA SUMERGIDA, escrito entre 1994 a 1999?

-El título Passar Páxaros, tomado de una entrada del diario de navegación de Colón —quizás el primer verso que se haya escrito en nuestra lengua de este lado del océano—, reunía esa poética de los augurios y las anticipaciones que está presente en ambos volúmenes. Me parece tan bella esa cita: “Toda la noche estuvimos oyendo passar páxaros”, como una señal de la tierra firme que se avecina, una frase demasiado ordinaria para ser considerada a primera vista una metáfora. Colón no dice ‘los pájaros anuncian tierra firme’, no hace falta que lo diga, cualquier marinero entiende. Tiene esa misma belleza distante, traslaticia —de no llamar a las cosas por su nombre—, que notaba Borges en el Beowulf y en la balada del Brunanburth.

Deseaba que ese título, también más breve y extraño, prevaleciera sobre el otro. Esa fue la primera razón, subordinar en portada un título al otro, crear esa relación ancilar. La segunda razón es estilística, quiero que se lea como si compartieras un café con un desconocido y te contara su historia: no comienza diciéndote quién era, sino quién es, si te interesa sigues hablando del pasado. Puedo estar equivocado, pero pienso que más fácil, más natural, conectar con una historia en retrospectiva.  
Dices en el prólogo de este libro que existen dos tipos de poetas: poetas de preguntas y poetas de respuestas. ¿puedes explicar a qué te refieres con esa aseveración?

-Pongámoslo de una manera simple: a pesar de que cualquier afirmación de este tipo debe partir de que no existe una condición pura, que constantemente estamos mordiendo los límites. Hay poetas más descriptivos, cuyo testimonio parece provenir de una curiosidad congénita, una interrogante abierta, que describen su drama más como catarsis o crisis que como centrífuga de palabras e ideas; mientras otros se entusiasman por compartir hallazgos, narrar pequeños episodios líricos, penetrar la filosofía del lenguaje, desmontar el monstruo que somos, jugar con la arquitectura del idioma. Esos últimos tienen necesidad de mostrar su media verdad o su mentira entera. En la literatura alemana, que es una de mis favoritas, en un lado estaría Rilke y en el otro Heidegger, poeta de ideas más que de imágenes.

-Háblame de las ilustraciones del libro ¿Cómo surge la idea de acompañar estos poemas con el trabajo de Eduardo Sarmiento?

-Esos libros estaban esperando a que apareciera Eduardo Sarmiento, así de simple. En mi vida nada sucede por casualidad. De hecho saqué varias veces ambos libros de diferentes editoriales. Conocí a Eduardo en 2006, cuando llegó a Miami, y desde entonces hemos construido una enorme amistad, crecido él, envejecido yo, juntos. Más que amigo es hermano, así que todo surgió de manera natural. Ningún otro artista hubiera entendido esos libros ni el hombre que soy —porque compartimos valores, modos de ver el mundo—, ni se hubiera volcado con tanta seriedad en un proyecto así, dejando a un lado otras prioridades. Es un lujo, siempre lo repito, tener amigos talentosos. De esa manera uno puede elogiar sin mentir.

Por otro lado, estoy muy satisfecho del maridaje estético creado, porque son dos maneras de decir fuertes, incluso visualmente, porque mi poesía puede ser muy retiniana, y su obra es muy poética. El resultado es esta serie de nueve dibujos originales exquisitos, que interpretan mi poética sin renunciar a su estética. Haber esperado tuvo ese premio. Como decía Rousseau, la paciencia puede ser un árbol de raíz amarga pero el zumo de sus frutos es dulcísimo.  

Inicias PASSAR PÁXAROS con un poema titulado de igual manera, en el que advierto  esa necesidad de transgredir el miedo en pos del hallazgo, sin embargo no te habías animado a publicar antes. ¿Por miedo o por ser perfeccionista?

-Por miedo, debo confesarlo. Aunque también busco cierto grado de (im)perfección —eso que nos hace únicos—. Está, además, la conciencia de que se ha escrito demasiado, que no nos alcanzarían dos vidas en préstamo para disfrutar de esa escritura extraordinaria. ¿Para qué ensartar, entonces, otra aguja en el alfiletero? Escribir es una necesidad, pero publicar una elección —dicho de otro modo, la necesidad de publicar es una vanidad, la de escribir no—. Hay un proverbio hebreo que reza: el hombre aprende a hablar pronto y a guardar silencio tarde. Supe temprano que no todo lo que uno escribe es literatura. La literatura es precisamente lo que sobrevive a esos silencios. El arte está en lo que decantamos de toda esa grafomanía. Hasta que uno no tiene la certeza (y digo con Borges, “si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas), de que un texto es superior al resto, que pudiera pulsear por su rendija en el espacio sideral, no vale la pena compartirlo. Pero es una visión personal, no estoy juzgando lo que piensan (y hacen) otros.

-Uno de mis poemas favoritos en este libro es “Volver a Ítaca”, quizás porque, como emigrante, logro ver a esa mujer dormida de la que hablas y como mujer puedo advertir la isla que tiende a desaparecer con el abandono.  ¿Podrías hablarme sobre este poema? ¿En qué momento de tu vida fue escrito? ¿Luego de pasar los años cómo percibes esa isla que abandonaste?

-El exiliado, sobre todo si es una criatura insular, se siente a menudo como una isla que persigue a otra isla. El isleño siempre tiene la fantasía de emigrar, está en su ADN, porque las islas no son caminos de paso —más bien son trampas en el camino—. Una isla es casi siempre una promesa, un lugar al que se va, y esa llegada lleva implícita la posibilidad de regreso, de retorno. Hay, además, una volatilidad casi humana en su (a)islamiento, uno piensa que de un momento a otro será tragada por el mar, o levantará el vuelo como la nave Atlantis; uno teme que una isla pueda ser asesinada, secuestrada por malvados. Forma parte de nuestro imaginario occidental: las islas son nidos de seres monstruosos, piratas, tiranos… Por otra parte el hombre busca siempre su otra mitad, para el emigrante ambas ideas se funden en la del hogar (casa-esposa) que uno debe refundar. Es en esa necesidad de completamiento que isla-patria y mujer-hogar se funden, y adquiere el texto cierta sensualidad. El poema tiene veinte años pero ha sido rescrito varias veces. La última versión es de unas semanas antes de entrar a imprenta, en mayo de 2014.

Después de los años… la isla sigue siendo una utopía, un lugar al que nunca se vuelve, porque como diría Heráclito, mientras pasa el tiempo, ni la isla ni yo somos los mismos. No tengo ninguna de las obsesiones de los exiliados, lo que no quiere decir que no me importe, que no sienta a veces nostalgia ajena. Pero hace años aprendí a liberarme de todo lo que amo. Si valgo la pena, la isla regresará a mi.

-¿Qué tomaste en cuenta a la hora de elegir los poemas que conforman estos dos libros?

-Explico un poco en el prólogo que fue un largo proceso en el que se fueron fundiendo sucesivamente varios cuadernos, a medida que iba diezmándolos. Suelo ser bastante cruel con lo que escribo, les doy tiros en la nuca y los lanzo a la papelera de reciclaje sin que me tiemble un dedo, esperando mañana escribir algo mitigue la vergüenza. Igual eliminé algún texto interesante, pero como tengo mala memoria no sufro de remordimientos.

Estos libros serían el tercero y el cuarto que has escrito. ¿Te animarás a publicar en algún momento los dos primeros?

-El primero lo destruí, pero antes se hacían un original y dos o tres copias al carbón, en papel china. Una de estas tres copias, bastante mutilada ya por mi, nunca pude recuperarla. Es un libro donde las influencias se ven demasiado a flor de piel para mi gusto. Cuando comencé a escribir de otro modo me costaba trabajo reconocerme en esos textos. El segundo, quizás con los años. Es uno de los pocos que tengo manuscrito a máquina, porque desde hace veinte años solo escribo en computadora.

-En una entrevista comentaste que ser poeta es un título incómodo, ¿en qué radica esa incomodidad?

-Es como el título de filósofo. Casi nadie le hace honor ni cabe en esa camisa de once varas. Un día descubrí que para caber uno tenía que desaparecer, convertirse en aire, entender la escritura desde su propia levedad. Aún así es incómodo, poetas eran Ovidio, Rimbaud, Whitman, Li Po… uno escucha ecos suyos por todos lados.  

Terminas CASA OBSCURA, ALDEA SUMERGIDA con un poema que se titula de igual manera, que me hace pensar en el viajero que luego de haber visto muchos lugares descubre que el más maravilloso es el que radica dentro de él mismos. Este libro lo escribiste antes de los treinta años de edad. Me surge la inquietud de saber ¿qué has encontrado en ese viajar hacia ti mismo luego de ese hallazgo?

-En mi caso las fechas son referenciales: definen el momento en que escribí la mayoría de los textos o cerré un manuscrito; sigo, por costumbre, (re)visitando y alterando los textos durante años y hasta décadas. Para mi la vigencia de la poesía estiba en esa relación sincrónica-diacrónica: debe expresar un contexto, atrapar la esencia —sobre todo lingüística— de una cultura, su arsenal simbólico, pero al mismo tiempo resolver el dilema de su naturaleza en progresión, su dimensión histórica. Uno simplemente no escribe poesía para satisfacer hambres efímeras, poesía con fecha de expiración, uno no aspira a que se cante en los estadios ni haga las listas de éxitos, intenta crear un bien inmanente, que exprese quienes somos, pero resista lecturas diacrónicas. Un texto que despierte alguna curiosidad estilística en los lectores que vendrán, que pueda leerse de aquí a digamos, diez años. Cuando no pasan esa prueba del tiempo los destruyo, y guardo algún verso decente, una palabra, en un cementerio de ideas. Por eso publico poco. Añejo.

Curiosamente, ese texto es el único añadido y escrito cuando estaba a punto de cumplir cuarenta, por eso tiene ese aliento de “closure” que respiras: básicamente necesitaba un poema de cierre —posiblemente debía haber precisado la fecha al pie—; y además, porque dentro del conteo regresivo que propone este cuaderno doble, significa una ucronía, una mirada en retrospectiva desde la evocación de futuro, que traiga el libro de vuelta a su tiempo inicial. No quería que el lector se quedara en el pasado, sino que regresara al presente como si solo hubiese viajado a su adolescencia en una suerte de flashback, rememorando. Este poema puede interpretarse de muchas formas, pero tiene que ver con la idea de que todo viaje es dúplice (interno y externo, físico y emocional), y también circular. Damos vueltas toda la vida intentando construir un mundo estable, sin prestarle atención a lo esencial. De esa forma es imposible conseguir nada: por eso nos sorprende un pobre feliz, el fuego de los adolescentes. Durante siglos nos han enseñado que las pasiones matan, que son pecaminosas, que se evaporan como el éter. Esa moralidad pacata ha ayudado a formar sociedades zombis, controlables y predecibles, a las que no mueve ninguna pasión. Me rehúso a aceptar que la costumbre sustituye a la pasión convirtiéndose, como advertía Pascal, en una segunda naturaleza, con esa resignación, ese fatalismo que nos desalma. Hay que volver a lo esencial, cuidar la llama sin el encerramiento que nos asfixia. Por eso digo: “Una casa nunca fue más que una hoguera. Pero no empeñamos en levantar paredes, en poner un techo”.

-¿La experiencia de publicar te ha motivado a seguir haciéndolo o tendremos que esperar mucho tiempo para tener un nuevo libro tuyo entre las manos?

-Tengo listo un libro que se llama Cántaro, con textos escritos entre 2004 y 2012, que probablemente salga a finales de este año o comienzos del próximo. Es un libro experimental: contiene algunos limericks, y un mise en abyme en prosa que se llama Cabezas como dátiles. Quiero que sea un proyecto como el de PASSAR PÁXAROS: un libro objeto, ilustrado, cooperativo, coleccionable por su belleza o su elaborada facturación; de otro modo para mi no tiene sentido publicar.

 

Esta entrevista se publicó inicialmente en Media Isla el 14 de abril de 2015.