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Archipiélago pájaro

Rey Andújar

Escritor. PhD en Literatura y Filosofía del Caribe. Premio Alba Narrativa 2015

 

La coincidencia es un proceso que opera no solo

en la representación visual,

sino en toda percepción sensible, crucial para las posibilidades.

Celso Gambaro

 

Tengo el libro Las noches: Pequeñas reuniones (Ed. Lenguaraz, México) de Carlos M. Gordiano porque él me lo regaló. La noche en que nos conocimos yo presentaba mi libro Saturnario en la Casa Refugio de Citlaltépetl. Allí compartí unas birras con el hombre, hablamos un par de cosas y prometimos ponernos en contacto. Salí luego a buscar un lugar para comer y terminar la velada. Lloviznaba desde temprano en la noche mexicana y hacía un frío de chamarra (en México hay que tener cuidado con la palabra chaqueta) que le daba un aire de calma romántica a la ciudad. Las calles se me hicieron tan parecidas a Ciudad Nueva, a Gascue… tanto, que se lo mencione a Danny, editor y amigo. Me cuenta que caminábamos por lo que antes era el famoso hipódromo de la Condesa y de ahí el nombre del barrio.

Llegamos a un sitio bien coqueto. La esquina estaba partida en dos, al lado del café había un bareto en donde una parejita se abrazaba bajo la luz mediana. Desde fuera se escuchaba Take a walk on the wild side. De aquí en adelante todo son conjeturas e imprecisiones. Lou Reed acababa de fallecer por esos días y el mundo estaba en la onda melosa de Take a Walk… un temita que, según Carlos M. Gordiano, puede Dibujar sonrisas complacientes, agradeciendo la calidez de la melodía que la alegra una indómita resaca.

Ese noviembre me tocó visitar cuatro ciudades en distintos países y en todas encontré algo de Lou Reed, pero sobre todo de Take a Walk. Al DF llegué un viernes bajo una llovizna detenida y de inmediato me llevaron a un bar a beber mezcal. El disco sonó un par de veces durante la noche y cada vez, los hombres levantaban vasos y las jevas se reían echándose el pelo hacia atrás, pidiendo mecheros y llamando buey a las amigas, cosa que les queda bien lindo a algunas mexicanas. El sábado: viaje hasta Oaxaca, y en el carro, con Danny y Kolin, mis compañeros de viaje, disfrutamos varias veces del fenecido, que encabezaba el soundtrack que preparó Danny para el roadtrip.

La noche en cuestión es lunes. Es inevitable escuchar la rola y no hablar de ello. La cena termina y nos dirigimos al hospedaje, o sea, el piso seis del Hotel Ritz en el Centro Histórico. Afuera ahora llueve de a duro, pese al frío abro de par en par un juego de ventanas… que se meta la noche mexicana, el aire que huele a humo. Destapo una botella de mezcal y examino mi botín, las cosas que recolecto en mi México: una revista, dos recortes de periódico, una caja de incienso y tres libros, entre ellos el de Carlos claro, que cojo a la primera y paf, se me rompe el libro en dos partes. Desde el lomo cae una de las mitades y los papeles quedan esparcidos por el piso. Me da un poco de cosa porque es un libro nuevo, dedicado y está bonito pero nada, recogiendo las hojas en el piso doy con el tercer cuento y con una recomendación del autor. Ese es el primer cuento que leo… quedo impactado, busco la computadora, pongo el disco, leo de nuevo, más mezcal, Para todo mal, mezcal, para todo bien, también. Me termino el libro esa misma noche exaltado ante tan buenos cuentos, bajo el embrujo de la coincidencia Lou Reed, de lo mucho que la escritura nos acerca.

En el cuento, un grupo de amigos lleva tres días fiestando y la cosa no promete parar. Es domingo. Luego de un desayuno y un incidente o discusión que sirve para mostrar su estatus social (elemento determinante del relato), chicos y chicas arriban a una azotea citadina en donde se ha improvisado un ágape veraniego. Así Gordiano dibuja la ciudad, sus ruidos, como la gran campana que nos saca de cuando en cuando hacia la realidad. La ciudad puede ser monstruosa, mutante; sus habitantes viven en el anhelo constante de cambiar, de ser otros. A partir de imágenes dispares Gordiano consigue crear un clima denso, de agresión pasiva. De la farsa me encantó el personaje casi principal, llamado El Metodista, (por) aquello de que se mete-de-todo. Este chamaco es un realengo de la barriada que era temido como el azote de vecinos y jovencitas. La llegada de este personaje asimétrico, desencadena una serie de eventos fatales que extienden la juerga hacia un límite patético. Al final quedan, balbuceadas desde el cuerpo malogrado del hombre del método, las notas doo do doo do doo do do doo.

En Chicago la noche cae con su estruendo de aspiradoras, café y palabras que hoy se alinean con un peso de geografías y coincidencias. Escribo esta nota porque el chico que encera el piso del lobby, un ucraniano llamado Andreu, no deja de tararear el lado salvaje toda la noche. Me contó en la cafetería que apenas había conocido la pieza y que le dio harta pena saber que el cantante había fallecido hace poco. Para eso sirven los libros y las canciones, para que asaltemos la miseria de los turnos calavera… en algún lugar hay alguien ahora que no me deja mentir, frente a un micrófono o un piano, un lápiz y un libro, lidiando con el lado salvaje de madrugada.