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La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene.

J.L. Borges.

 

Las cenizas del poeta

fueron entregadas a su amante,

los familiares no querían molestias

en medio del verano.

 

Junto a su cuerpo calcinado,

nos reimos,

compartimos anécdotas

y fotografías de tiempos memorables.

 

¿Serían los años cuarenta

cuando el poeta usaba su sombrero de lado

y un extraño bigote delineaba su prominente sonrisa?

 

¿Sería Nueva York donde nevaba

y empuñaba el bastón

con el que muchas veces

sacaba el ritmo de sus versos,

mientras paseaba por la playa?

 

Antes de enfrentar el momento de verle volar

seguimos riendo,

como si con el ruido que emanaba

de nuestras gargantas

pudiéramos espantar a la muerte.

 

Pero era tarde,

ya se había servido la señora.

 

Antes de ser polvo fue un hombre testarudo,

antes de reposar en un lugar tan pequeño

se dedicó a comentar sobre sus achaques

y sobre aquel amigo imaginario,

que lo visitaba en la clínica para enfermos mentales.

 

Si pudiera hablar ahora

se quejaría del calor,

de  la estrechez,

de aquella urna oscura.

 

Habría pedido que nos fuéramos,

que nos ocupáramos de cosas más importantes

que ver volar a un viejo sin tino,

dedicado a martirizar en vida

a quién hoy lo llevaba entre las manos

 

criticando cada cosa que hacía,

sin dejarle escapar,

un pacto enfermizo que les obligaba

a permanecer  juntos hasta la muerte,

como había sucedido.

 

Ya no habría peleas,

ni enfados,

ni celos.

Solo oscuridad

y la promesa de extender las alas.

 

Llegado el atardecer todos cruzamos la calle

vestidos de blanco  y en silencio,

mientras aquel hombre bajito

lloraba su propio oceano.

 

– Amigos, gracias por llegar hasta aquí

para despedir al poeta, nos dijo.

Hagamos esto rápido,

no vaya a ser que nos descubra la policia,

que para esparcir las cenizas, permiso no tenemos.

 

Así fue como pasamos de dolientes

a complices de algo perseguido por la ley.

Hasta para morir hay que pagar impuestos, pensé.

 

Y empecé a preocuparme por esa situación inesperada, 

hasta que las palabras finales de alguien

entonaron un hasta pronto.

 

El amante del poeta

se introdujo en el mar cual Alfonsina

dejando expuestas las cenizas

que vimos volar hacia él

cuando se devolvió la brisa.

 

Hasta el final el poeta había marcado territorio,

y en vez de descansar en el mar

como lo había planificado,

terminó en el baño de su casa

cuando su amante tuvo que ducharse

para sacarselo de arriba quella noche.