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Dejé Miami por unos días para internarme en suelo catalán y conocer esta bella tierra. Aquí he caminado el equivalente a la vuelta al mundo en 80 lugares por segundo y no paro de descubrir tesoros, como por ejemplo los detalles religiosos que adornan calles y establecimientos comerciales. Uno puede encontrarse con iglesias antíguas y rincones que recuerdan la religiosidad añeja y la que aún conservan algunos por estos predios.

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Al atardecer, la catedral de Santa Eulalia o Catedral Gótica, ubicada en el  Barrio Gótico, adquiere un espectacular color rosa que tiñe, incluso, a las palomas  que se posan sobre las cabezas de sus estatuas.

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La limosnera de manto negro, sentada en la entrada principal, contrasta con la magestuosidad del hermoso edificio construido ,durante los siglosXIII y XV, sobre otras construcciones de mayor antigüedad. Sin dejar ver su rostro, la mujer extiende su mano, empuñando un vaso, en busca del sustento. La acompaña una bolsa rosada con ropas que sobresalen, quizás previendo el frío que se aproxima cuando caiga la noche.

No solo la limosnera pide dinero en las escalinatas de la entrada, para contemplar la majestuosidad interior de la edificación se debe pagar, como contribución al mantenimiento de la iglesia que consta con cinco puertas y cientos de historias.

Siguiendo mi paseo por el barrio gótico, doy con una tienda que exhibe mercancías religiosas. Virgenes, niños Jeséus, santos y santas parecen saludar desde las vitrinas que permanecen protegidas por verjas, no vaya a ser que alguien pretenda robarse un milagro. Observo estos objetos religiosos percibiendo un fuerte olor a marihuana que proviene de la calzada del frente, donde varios jóvenes fuman a sus anchas, poniendo a reír a todo el que pasa. Uno de los tantos contrastes de esta ciudad.

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En las callecitas del barrio también me topo con rincones donde los devotos prenden velas en busca de milagros, también con grafitis que muestran la presencia de nuevas generaciones como parte de la romántica y enigmática atmósfera que se crea entre los contorneados caminos de piedra adoquines.

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Como parte de mi recorrido, visito la basílica de Santa María del del Pi exhibe su gran rosetón y su elevado campanario ya sea a los turistas que pasan por allí buscando apreciar su arquitectura o a quienes acuden a los conciertos de música clásica que se celebran en esta bella edificación que data del siglo XIV.

La leyenda dice que un marinero encontró la imagen de la virgen en el tronco de un pino y de ahí le viene su nombre. La iglesia es, también, conocida con el nombre de Nuestra Señora o Santa María de los Reyes, proveniente de su primer retablo, que representaba la adoración de los Reyes.

Un mercado de productos gastronómicos catalanes se celebra, hoy, frente a la entrada. Allí compro algunos dulces y aceitunas que me  dan fuerzas para proseguir mi recorrido hacia la Sagrada Familia, una visita que merece una crónica propia.

 

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Ya sea en La Sagrada Familia o en la pastelería Escribá, los reflejos de la religiosidad, también, tiñen las paredes. En la pastelería de la Rambla, por ejemplo, una virgen rodeada de seis velas blancas y listones verdes vigila el local. Es La Purísima, escultura tallada en mármol por el escultor modernista Josep María Barnadas, que observa, atentamente, a todo el que entra o sale de esta emblemática repostería.

¡Toda una experiencia religiosa!

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