escalera

Por Glenda Galán

De Tsunami, Madrid 2014

El zapato mágico

La primera escalera eléctrica que vi en mi vida fue la de Plaza Naco, un monstruo come escalones erguido frente a mí, tratando de devorarme. Ese día, mi tía me había comprado unas donas en Deli Donuts y mi boca, embarrada de mermelada de fresas, no podía cerrarse ante el majestuoso ciempiés metálico que debíamos atravesar si queríamos llegar al cine.

– ¡Mira la escalera nueva, vamos a subirla!

– No quiero.

– ¿Por qué?

– Porque no quiero.

– Será divertido, ¡vamos!

– ¡No!

– Mi amor, vamos a llegar tarde al cine.

– Yo no subo.

– ¿Te da miedo?

– Sí.

– Yo te agarro la mano, ven.

– ¡No!

– Muchacha, no seas caco duro y dame la mano, se nos hace tarde para la película.

– ¡No!

De un jalón, mi tía puso mis pies en el primer escalón y empecé a crecer de estatura. Los niños subían delante de nosotras con sus tickets en mano, las niñas vestidas de tienda Colita hablaban entre ellas. Yo, que no me iba a dejar comer por esa cosa, jalé la mano de mi tía para saltar a tierra firme y en menos de dos segundos vi cómo volaban por los aires su cartera y un zapato.

El pintalabios llegó primero que nosotras a la segunda planta, les siguieron las llaves del carro y los polvos compactos. El cuerpo de mi tía, sostenido por varios escalones, trataba de alcanzar el monedero, que yacía dos escalones más abajo. Entonces me senté sobre sus piernas, imaginando la pela que me esperaba al llegar a nuestro destino, y así fue.

No recuerdo cómo nos levantamos de aquellos escalones, ni qué película vimos ese día, solo recuerdo que el zapato volador llegó tres minutos más tarde que nosotras y que, con él, mi tía me curó el miedo.