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Por Elidio La Torre Lagares
En algún lugar -en alguna clase, ensayo, entrada de este blog o conversación-, había comentado del matrimonio vigente entre el cine y la literatura, asunto que es ineludible al momento de uno sentarse a pensar en la novela de Colum McCann Let the Great World Spin, recipiente del National Book Award en el 2009. McCann, irlandés de 44 años, es el primer escritor de su país en recibir el codiciado premio por esta novela donde los tiempos de pronto se bisecan en un mismo espacio, un recurso efectivo y distintivo –aunque no exclusivo- del libreto del filme Crash (2004).

La designación del premio sorprendió a muchos reseñistas que coincidieron en que la novela es fallida, principalmente por los constantes cambios de discursos narrativos y modalidades de focalización, que dan a la novela cierta apariencia de inestabilidad en el estilo, lo que provoca las lagunas en que recae alguna que otra caracterización.
El que mucho habla, mucho yerra, dice el refrán, cosa que puede aplicar tanto a McCann como a sus detractores.
Pero en el caso de la novela, lo que mucha de la crítica ha pasado por alto es el nivel poético de la narración. Para mí, la aparente ‘ensalada’ discursiva no es otra cosa que una metáfora, un contenedor para las historias de los 10 personajes que cruzan esta novela. Es una apuesta a la subestimada noción de la forma en la narración sin descontar que, en sus mejores momentos, McCann es poeta.
Ciertamente musical e iluminada, Let the Great World Spin parte de la metáfora del acróbata Philippe Petit, quien en agosto de 1974 cruzó un cable que se tendía entre las hoy extintas Torres Gemelas en Nueva York. La hazaña, olvidada en la memoria colectiva de la ciudad, reapareció como un fantasma tras la nostalgia mediática que subsiguió al ataque a los emblemáticos edificios el 11 de septiembre del 2001. Así, las vidas disimiles de los personajes de la novela de McCann concurren bajo la caminata de Petit. Yo pienso que si Petit hubiese mirado a la multitud bajo sus pies, y le hubiese dado forma narrativa a lo que veía, hubiese terminado con algo similar a Let the Great World Spin.
Más aún: la novela inicia –lenta, pero firme- con la historia de Ciaran, quien, luego de presenciar un acto terrorista en las calles de Dublin, intenta conectarse emocional y físicamente con su hermano Corrigan, un raro sirviente de Dios que vive en Nueva York entre prostitutas. El acto acróbatico es el de tocar vidas y cruzar abismos y otras geografías, como es el caso de las madres que hacen vigilia por sus hijos muertos en Vietnam.
Pero como dice McCann en su novela, “everything in New York is built upon another thing, nothing is entirely by itself, each thing as strange as the last, and connected”. Y asimismo, las similitudes de esta novela y la película Crash (Oscar a la Mejor Película en el 2004), son detectables. Pero hay varios filmes y textos que coinciden de igual manera: Two-Days in the Valley (1996), Twenty Bucks (1993), The Air I Breathe (2007), entre las que recuerdo, así como la novela Estamos huyendo Lola, de Elena Garro, y hasta la colección de cuentos Dublinenses, de James Joyce.
Aún así, el multiperspectivismo, la pluralidad de voces y, sobretodo, de estilos de narración, hacen de esta novela una sólida apuesta a deleitar mientras se hila el texto. Es el pareo o sustrato híbrido de una escritura que pretende hacerse leer con otra que recurre en el vanguardismo del discurso indirecto libre y la hiperglossia, término que acuñe en mi tesis doctoral.
¿Qué hay ciertos personajes que llegan a conocerse mejor que otros?
Es de esperarse. Es Nueva York. Y ahí uno nunca llega a conocer a todos ni a todo del todo.