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Por Bernardo Jurado
Las cosas van cambiando y lo que era verdad en la mañana de la vida no lo es en la tarde. A los veintiún años aseguraba sobre la biblia que era la mejor edad. Estábamos recién graduados, éramos unos atletas de alto rendimiento y las revueltas hormonas junto a las intermitentes explosiones feromónicas dictaban la misión. Ellas andaban en lo mismo y todos a esa edad éramos presas fáciles de las pasiones y las debilidades. Con el tiempo aseguraba que los treinta eran la mejor edad, la profesión se percibía prometedora, llegaron los hijos, la vida era una aventura cuando me estrené como padre y trataba de ensenar lo aprendido de los míos, pero a los cuarenta no tenía ninguna duda. ¡Esa si era la mejor edad! Maduro con objetivos claros, con ambiciones por cumplir, con estudios universitarios de postgrado y experiencias amatorias distintas, muchas millas navegadas y años en la más bella profesión inventada por el hombre, llena de lecturas divinas e imaginación sin límites, todas lecciones que la vida ponía no como pruebas sino como clases interesantísimas llenas de pulsiones incontrolables que parecían amor, que parecían intensas, pero no lo eran, simplemente pasaban con la leve profundidad de la estupidez y el desconocimiento, porque les traigo una noticia que aún no ha salido en los medios: “los cincuenta sin lugar a ninguna duda, son la mejor edad” Después de algunas aventuras que lamentablemente no llegan ni siquiera al diez por ciento de las que los medios aseguran que ha tenido Julio Iglesias, o tal vez Bill Clinton, (que no son poca cosa), la conocí a ella.

Se me negaba con el miedo a la incertidumbre y tuve que poner en práctica todo lo aprendido en las anteriores mejores edades y lo logré y me hice más creyente y han pasado ya los anos más tranquilos y sin la competencia por ser sino por vivir, un amor maduro lleno de sonrisas y cada pequeña cosa es un acierto y recuerdo aquel miércoles de mi exilio sin trabajo donde la invité a la playa para decirle que éramos millonarios, porque solo un millonario podía estar en la playa un miércoles de trabajo y el día era un espectáculo, lleno del sol de la bella Florida y la afirmación provocó risas y Dios llegó como siempre, sin avisarlo y a la una de la tarde me llamaron para que firmara un contrato que arreglo la vida pero arruinó el día y entendimos que ahora somos más creyentes, probablemente porque tenemos más pasado que futuro. Ella, mi amiga y compañera de sonrisas y de proyectos esta de cumpleaños y yo estoy muy feliz de su madurez que me alumbra el alma y me llena de sabiduría, ella comparte conmigo el pensamiento de Séneca: “La amistad es un alma en dos cuerpos”, ambos estamos en la mejor edad y vemos con pupila zahorí ese extraño promedio entre el vivir y el durar, soy yo el agradecido de la vida de tenerla y de llenarla de mimos y abrazos… ¡feliz cumpleaños Judith del alma mía!

 

 

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