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Por Jimmy Valdez

Para no desaparecer como muchacho extranjero en las plantaciones del dulce albaricoque, en el sur de lo más norte de una rama oblicua, fruncida en los inviernos de raras excepciones, cargo una cobija zanjada hasta los huesos, una almohadilla rellena con ensalmos, un paramo melancólico, una llorona, la luz de las velas en una alcancía.

Para no ser del tamaño embustero de un sándalo pecaminoso, sin la adecuada costumbre del saber guardar silencio, un rostro por las calles que ahora hierven en la duda general de los contornos, lo que retorna huidizo con su cara de vejez, como el único sospechoso de un crimen. Decidí morderle la herida de serpiente a la vida, chupar su veneno, tragarme en seco el elixir, quedarme aquí: sacando cada noche el cuerpo ya podrido de una guitarra.