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Teresa Domingo Cataá

Poema de He hablado con la lluvia.

Como si se suspendiesen las tinieblas, como si la luz inaugurase un palacio de plata, me regresas, me desnudas de sombras y contemplo el devenir de tu hermosura con asombro. La sorpresa me incita a despertar entre bancales llenos de flores con aromas que nacen de las ingles.
Nos envuelve el mar, un mar Mediterráneo, luminoso, que vio regresar a Ulises y también los barcos de otros reyes, que miró entre sus olas y encontró el vellocino de Medea.
Como si la sangre fuese de oro y fluyera igual que una visión, hay un leve asomo dorado en mi mirada que me convierte los ojos en las hojas salvajes que crecen en los bosques.

Anochece. La carretera se convierte en autopista, y la velocidad surge de repente, como si la Tierra gravitara en el depósito de un coche, como si el gasóleo oliese como brea, y el alquitrán manchara las alfombras donde ponemos los talones, como si Aquiles fuese invulnerable.
En los caminos los jalones se suceden con el polvo estelar que el amor deja en mis ingles, y los hitos se transforman en la aurora que surge entre mis piernas.