algo

Por Jimmy Valdez

Sepultado allí sin manchas, como un esbelto sarcófago apoyando su cabeza sobre el miedo inconciliable (antes le era más sencillo defenderse de los merodeadores, colocando sus monedas en el cuño ajado de un lienzo mientras hundía el puntiagudo tacón de su zapato en el cuerpo blando de la idea que es ese instante cuando el cerillo se ve arrastrado sobre el dorso de la caja, aquel baúl repleto de indicios, para levantar su lengua sin que nadie ponga sus dedos en la abertura de los labios o que se evite la quema de sinagogas).

Quién pudiese sospechar un féretro tan perfecto, piensa, jamás entraron en él de una forma intempestiva, nadie. Sencillamente le asedia la envergadura que ha tomado la crisis, implora tener en cuenta el rojo atardecer de los mercados, toda la noche viene susurrándole un animal en celo; en la puerta ambos se vigilan.

Me gustan tus huesos, dice. Ella sonríe dejando que le roben un beso, pero la memoria advierte sobre la extraña ciudad que habita, nada septentrional y estéril, de sabor amargo. Entonces mira el reloj atravesado de agujas como un hondo cadáver de infinitos, y se pregunta todas las cosas posibles. Él se entera de la andrajosa esperanza que resulta su presencia, apenas puede ofrecer el ala rota de un tambor.

Pasaba por aquí, pero ya me marcho. Ella acierta con el trazado gesto de sus ojos, le dice adiós: el corazón a salvo de falsos profetas. Él sale a caminar sin dirección alguna. Cruza las aguas turbulentas de un río, los pescadores seguirán hablando de un fantasma, la noche ha despejado sus nubes. A la mañana siguiente el comercio bursátil entra en receso apuntando al intercambio de escombros; ninguna novedad, salvo la tristeza…