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Por Jimmy Valdez

Ladislao, había soñado que entraba a una habitación arrasada por la quereza. Su esposa reposaba sobre un camastro, lánguida, sobreexpuesta, con la angustia de los que se van a morir dejando un mundo atrofiado. Se moría con el vientre inflado como un animal ahogado en la orilla de un canal, y para colmo, llamando al cobarde ese para entregarle a los hijos engendrados antes de que se huyera buscando una mejor suerte.

Ladislao, se veía frente a la mujer y lloraba. Un frio intenso, de podredumbre y moho se le coló hasta los huesos. Apenas a unos pasos de ésta sus piernas le fallaron llegando a caer sobre sus rodillas con la pesadez de un exorcista al que el demonio hacia sembrarse sobre sí mismo. No tenía palabras, solo miedo, y una enorme opresión amarga que se le hundía de raíz en el estomago.

La mujer le veía con los ojos nublados de los que se lamentan muy dentro. Se mantenía joven, casi perfecto. Vestía ropaje nuevo y se había quitado el bigote. Al parecer Ladislao, pudo dar con lo que buscaba, apenas se preguntó el cómo sería esa mujer.

Ladislao pudo hablar. Dijo su lamento, su imperdonable abandono, el alma negra que le había sucedido, lo mucho que resultaba verle así después de tanto. María Ortiz, se encontraba caminando muy afuera de la casa para cuando Ladislao, limpiando sus lágrimas, reparó en sí mismo y la invasión de los bichos. Las manos se le fueron llenando de muchísimas pulgas, de miles, al parecer enjambres. Intentaba matarlas, sacudirlas, despojarse del hormigueo virulento de las muchas; y Ladislao, sintiendo un acido aberrante, ígneo, metiéndose por todos lados, por todo orificio, hasta el ahogo que le cocinaba la sangre, desfallecía en su sueño.

Ladislao, no quiso venir a despedirse. Ha llamado diciendo que se regresa, que la mujer le ha dado a entender el envenenamiento del perro y que se siente muy desprotegida, pues en las noches siente como que alguna cosa extraña clava sus uñas en los setos de la habitación, mientras que a los niños le han devuelto de la escuela por las rojizas y enormes ronchas de inexplicable origen que les vienen y les van con el suceder de los días.

Ladislao, ha dejado su puesto disponible. Ya es hora de que se me ofrezca lo que valgo.