manuel del cabral

Por Néstor E. Rodríguez

La década del cuarenta significó el momento de la consolidación de la autoridad política y simbólica del trujillismo. A pesar de la rampante represión en semejante estado de cosas, en diferentes zonas del territorio dominicano surgieron voces provenientes de la literatura, en especial de la poesía, empeñadas en hacer una obra que se alejara de los protocolos escriturales cercanos en cuanto a temática se refiere al ideario de la cultura oficial. Manuel del Cabral, Tomás Hernández Franco y Aída Cartagena Portalatín son quizás los más importantes de los que formaron parte de este grupo de autores interesados en producir, como señala Franklin Gutiérrez, “una poesía que abogara por una nueva interpretación de la realidad política, social e histórica del pueblo dominicano” (41). Esta poética de la modificación de estatutos asociados a la plataforma ideológica totalitaria resultaba sumamente problemática frente a la existencia de un estado interventor en todos los órdenes imaginables. Los escritores de ese momento lidiaron de diversas maneras con esta situación. Por ejemplo, algunos optaron por el exilio antes que asordinar su actividad artística. Éste fue el caso del poeta Pedro Mir (1913-2000), que, al igual que Juan Bosch (1909-2001) y Juan Isidro Jimenes Grullón (1903-1983), se radicó en Cuba. Otros poetas importantes de la época, entre los que se cuentan Héctor Incháustegui Cabral, Manuel del Cabral y el propio Tomás Hernández Franco, desarrollaron proyectos estéticos heterodoxos mientras observaban una total adhesión al régimen, sirviendo como embajadores, cónsules o ministros plenipotenciarios en diversos países de América y Europa. Dos de estos poetas-funcionarios: del Cabral y Hernández Franco, se distinguen por su tratamiento del tema negro en la poesía, materia que, como bien se sabe, no compaginaba con la concepción oficialista de la cultura nacional. En este sentido, la poesía de del Cabral y Hernández Franco tiende a desestabilizar el modelo cultural y el perfil del sujeto nacional que el trujillismo promovía a través de sus portavoces.

Del Cabral y Hernández Franco no fueron los primeros escritores dominicanos en afirmar el componente negro como parte integral de la identidad nacional; antes lo habían hecho Francisco Muñoz del Monte (1800-1868), Juan Antonio Alix (1833-1918) y Rubén Suro (1916). Sin embargo, es a Manuel del Cabral a quien la historia literaria dominicana le reconoce la labor de exaltador de lo negro en la poesía. Esta opinión se ancla principalmente en la valencia de su obra Trópico negro (1942). Los textos que conforman Trópico negro engarzan con una tradición iniciada en el Caribe hispánico en la década del treinta con la poesía de los cubanos Nicolás Guillén y Emilio Ballagas, así como la del puertorriqueño Luis Palés Matos. Como sus pares antillanos, en Trópico negro del Cabral hace acopio de los elementos que se identifican con la herencia africana, sobre todo la música, para celebrar lo negro como sustrato fundamental de la identidad, no ya dominicana, sino antillana en general. Una de las maniobras que emplea del Cabral en este sentido es la utilización del vocabulario pedestre y de connotación peyorativa del cual se sirve la sociedad para interpelar al sujeto negro. Este gesto provocador hacia una sociedad obsesionada con la ilusión de su blancura ha sido sorprendentemente obviado por la crítica literaria dominicana, como evidencia el siguiente comentario de Franklin Gutiérrez:

[…] para Manuel del Cabral y el resto de su grupo el negro no es capaz de superar su condición de tribu ni el ritmo del atabal, y sus cualidades físicas son expuestas con un lenguaje denigrante. Los labios, por ejemplo, son las bembas, el pelo crespo, la pasa, y la barriga, la panza. O sea, que el negro no es un ser humano como los demás, sino una especie de objeto de burla que sirve para entretener al conglomerado social que lo rechaza. (45)

La actitud instigadora de la poesía de del Cabral al tematizar el sujeto negro en un momento en que la cultura oficialista promovía su borradura del modelo de identidad nacional, adquiere matices de desafío en poemas como “Trópico picapedrero”. Este texto resulta particularmente subversivo para la política cultural impulsada por el trujillismo. Por un lado, contradice el discurso “científico” de intelectuales como Manuel A. Peña Batlle y Joaquín Balaguer al poner en evidencia la arbitrariedad del juicio en torno a las diferencias raciales: “Hombres de voz blanca, su piel negra lavan” (75). El otro rasgo de oposición importante surge cuando la voz poética identifica como haitianos a los negros “de voz blanca” que trabajan en la cantera:

Contra la inocencia de las piedras blancas
los haitianos pican, bajo un sol de ron.
Los negros que erizan de chispas las piedras
son noches que rompen pedazos de sol. (76)

Hay que hacer notar que Trópico negro se publicó en Buenos Aires mientras su autor servía como jefe de la legación dominicana en la capital argentina. Este importante cargo diplomático le venía como resultado directo de la influencia de su padre, Mario Fermín del Cabral, en el edificio del poder político en aquel entonces. La posición ambivalente de Manuel del Cabral como artista y como funcionario parece haberle granjeado problemas a raíz de la publicación de Trópico negro. Mi sospecha se basa en el examen de su obra inmediatamente posterior, Compadre Mon (1943), en la cual lo negro acaba siendo desplazado del espacio geocultural dominicano para vincularse exclusivamente a Haití.

En la factura de Compadre Mon, del Cabral incorpora múltiples motivos de la tradición de la poesía gauchesca inaugurada con el Martín Fierro (1872) de José Hernández, en particular el tropo de la frontera y la exaltación del paisaje con un sujeto particular que lo epitomiza. El contexto histórico que se privilegia en el poema son los años políticamente convulsos de principios de siglo XX en la República Dominicana. El texto principia con la evocación del personaje de Compadre Mon desde un presente que coincide con el período de la ocupación militar norteamericana. La presencia extranjera se asocia con la pérdida de la tierra en virtud del utilitarismo de los regentes foráneos: “Mas hoy, Compadre Mon, también se va tu llano,/ míralo en el bolsillo del norteamericano” (49). Daisy Cocco de Filippis ha visto en este impulso elegíaco patente en la primera parte del texto la manifestación de un “paradigma de dominicanidad que está por desaparecer, y que se personifica en el viejo Mon” (75). En efecto, temprano en el poema el cuerpo de Compadre Mon parecería tornarse en sinécdoque del territorio dominicano: “yo me puse a leer tus cicatrices […]/ porque tu cuerpo es una geografía” (22). En la nota introductoria, del Cabral apostrofa su personaje de esta manera: “Pero Compadre Mon, tú talvez no presentiste que yo picaría sobre tu sepulcro. Mi oficio ha sido ése: desenterrar un poco de la patria” (11). Pero, ¿cuál es la patria exhumada en este poema?

Del Cabral dota al personaje de Compadre Mon de los atributos de un héroe que no compagina con la imagen del ser nacional figurada por el pensamiento nacionalista decimonónico vigente en la isla como paradigma cultural. En el poema el sujeto de ese modelo identitario se identifica con el apelativo de “criollo”, y corresponde al sujeto de la oligarquía terrateniente aliada a los intereses económicos norteamericanos: “Como es poco lo que callo, al criollo y al gringo voy/ a decirles lo que soy montado ya en mi caballo” (137). Por el contrario, la masa, identificada con la mulatez de sus integrantes, es la que Compadre Mon representa: “Hoy está el pueblo en mi cuerpo” (67).

La caracterización de Compadre Mon como héroe mulato trae reminiscencias de figuras importantes en la historia dominicana, como es el caso de Francisco del Rosario Sánchez, Gregorio Luperón y Ulises Heureaux, entre otros. Con todo, el poema sabotea su propia factura ideológica al desplazar el elemento negro hacia el espacio geocultural haitiano. Esto se hace evidente en la sección titulada: “Compadre Mon en Haití”. En ella del Cabral pone en boca de Compadre Mon todos los estereotipos asociados a la retórica antihaitiana de las plumas ilustres del régimen de Trujillo. Por ejemplo, uno de los sujetos con los que tropieza Compadre Mon en su vida de fugitivo “más allá de la frontera” (137) resulta ser un “brujo” que le ofrece un talismán protector. Sin embargo, Compadre Mon se apresura a matizar que este gesto no era un acto de buena fe, sino la artimaña de un individuo interesado sólo por el dinero:

Aquel haitiano me dio un amuleto—un huesito—,
y me dijo: “este poquito de animal te lo doy yo
para que durmiendo o no, te defiendas de la gente pero ten presente que en este hueso estoy yo.”
Quiso decirme el maldito: que si el mundo bien me trata le mandara siempre plata
mientras llevara el huesito. (141)

El encuentro poco feliz con el “brujo” culmina con la amenaza de Compadre Mon sobre la persecución que se libra en el territorio dominicano contra las personas de su calaña:

Pero al brujo conocí como el olfato al menú,
y le dije: como tú, hay muchos presos allí…
Si tú cruzas la frontera verás que tenemos fieras
que adivinan hasta el mal
del que va a morir tu nieto. (141)

Más adelante, Compadre Mon rechaza de manera hostil la ayuda ofrecida por otro haitiano para destronar al caudillo que lo persigue en el territorio dominicano. Sorprendentemente, el subtexto de la negativa de Compadre Mon no es otro que la manida tesis sobre la indivisibilidad política de la isla, que, como es sabido, constituye uno de los criterios de mayor peso en la retórica nacionalista dominicana:

Casi diciéndome el mota con su marrulla de insano:
que con arma y con haitianos tumbaba a mi compatriota. Y yo le grité: mañé, te equivocaste de punto,
porque hemos nacido juntos en esta isla, lo sé
pero no traiciono, no, la parte que me tocó
si en ella no tengo el pie. (143)

El choque con otro “brujo” que le insta a concertar un pacto con el diablo hace a Compadre Mon optar por el peligro de regresar a la mitad dominicana de la isla a permanecer más tiempo en Haití: “Mas ya para mí no había remedio en la brujería./ Perseguido aquí en mi tierra, y allá también perseguido/ preferí, donde he nacido, ser la paz o ser la guerra” (150).

Como ha quedado evidenciado en esta lectura de la obra cumbre de Manuel del Cabral, al demonizar lo haitiano y su vinculación al componente cultural africano la serie “Compadre Mon en Haití” tiene el efecto de reafirmar las principales proposiciones de la teoría indianista e hispanófila de la identidad cultural dominicana. NR
Obras citadas:

Cocco de Filippis, Daisy. Estudios semióticos de poesía dominicana. Santo Domingo: Taller, 1984.

Del Cabral, Manuel. Compadre Mon. Santo Domingo: Editora de Colores, 1998.

—. Trópico negro. 1942. La magia de lo permanente: antología poética de Manuel del Cabral. Ed. Tomás Castro Burdíez. Santo Domingo: Ciguapa, 2001.

Gutiérrez, Franklin. Antología histórica de la poesía dominicana del siglo XX (1912-1995). New York: Alcance, 1995.

 

Nestor