mag

 para Magali Alabau

Una mujer laboriosa

que no es carnívora,

sangra al leer sus versos.

Habita en un bosque tornasol

que cambia de verde a blanco

con el parpadeo de una ardilla

que se roba la comida de los ciervos.

Teje poemas

que se convierten en cubrecamas

para dar calor a animalitos

que comparten el sofá

y que atentos la escuchan leer

a Elizabeth Bishop

a Robert Lowell

o retomar el Génesis.

Está segura que encontrará

una enseñanza

que se le había extraviado.

Tiene un amigo mudo,

un oso añil,

que viene a comer cada verano,

la mira de reojo,

sabe que puede confiar en ella

y se marcha satisfecho

hasta el próximo encuentro.

Se acerca el segundo aniversario

de nuestro primer cruce de miradas,

diría, que es una eternidad,

que siempre estuvo.

Simplemente,

permanecíamos en silencio,

hasta despertar

de un invierno impuesto por la ignorancia.

La siento cerca,

sorprende con un correo

¨ ¿Qué tal campeón?”

 

Y escribo,

escribo sin frenos,

nos escribimos un día entero,

un back and forth,

hasta que sus ¨obligaciones¨

la miran hambrientos,

o yo recuerdo,

que de diez a seis,

tengo dueño.

 

Manuel Adrián López