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Por Jimmy Valdez

Si yo dijese que lo que quiero es bajar hasta la casa de aquella mujer postrada en su lecho, cruzar las hendijas de la puerta, abrir la única ventana, depositar en sus labios un brebaje mineral, una esperanza para los hijos de su vientre, esgrimiendo todo lo alto que es la ternura, esta palabra tan perseguida de hombre tonto, hombre desposado con la tristeza, caudal nostálgico, acaso siniestrado en los maderos, gastado como las velas desprendidas de un bajel, sombra que pregona lo más insomne de los acontecimientos; donde la lluvia y el barro, unido al soplo de los vientos, inauguran las primeras chispas de la llama en los ojos de los que despiertan y jamás se reconcilian con la vestimenta andrajosa que es la ignorancia.

Si dijese que sucederá un día en el que los hijos recordarán a la madre tendida en su camastro, que morderán la comisura de la boca, llorando con lengua amarga esa sed de justicia, la ineptitud de los hombres, el momento en el que tiemblo de lienzos fundidos sobre mi cama, azorado ante la intranscendencia de todo el espejo de las tragedias descritas. Si dijese que estoy perdiendo el tiempo, que debo levantarme, sacudir mis cosas, decir adiós a tanto preguntarme, descender de mi aposento hasta la calle, caminar sobre las ruinas de lo que fue la infancia, desamarrar la puerta y verme como Lázaro se habrá visto aquella vez ante sí mismo.

Si es que puedo, si es que me dejases de mirar sin entenderme, como si estuviese loco, con gusto heredarías mi oficio hasta que puedas acompañarme calle abajo, ya seguro de la vida.